Raúl Ruiz es el más prolífico y famoso de los directores de cine chilenos y a la vez el más desconocido en su propio país. Una paradoja parcialmente corregida este mes con una retrospectiva de su obra presentada en una semana en Santiago.
Los espectadores que entre los días 22 y 28 de este mes llegaron hasta el Cine Hoyts, en el municipio de La Reina, no sólo pudieron ver siete de los principales largometrajes de Ruiz, sino también indagar claves sobre su obra en mesas redondas con el propio director y críticos de cine.
Es que si hay otro adjetivo que se puede unir en Chile al nombre de Ruiz, aparte de prolífico, famoso y desconocido, es el de hermético, que lo sitúa como un ejemplo prototípico del llamado cine de autor.
Así, no es extraño que el impacto de su filmografía, que suma un centenar de producciones entre documentales, cortometrajes y largometrajes, pueda ser explicada con una metáfora deportiva, como lo hace el propio Ruiz.
Como el mundo, el cine se ha ido impregnando de ciertos comportamientos del fútbol. Cada vez que uno hace una película es como si quisiera meterle un gol al equipo de enfrente, y todos se ponen delante para que uno no meta el gol. Entonces, la única chance que tiene un cineasta, que tengo yo, es provocar el penal y ahí meto el gol, dijo.
Ruiz, nacido el 25 de julio de 1941 en Puerto Montt, 1.000 kilómetros al sur de Santiago, comenzó a vincularse con el mundo del arte a través del teatro a comienzos de la década del 60, para incursionar luego en la producción de documentales.
En 1968, después de residir un año en Argentina, produjo Tres tristes tigres, su primer largometraje, que formó parte de la retrospectiva exhibida en Santiago.
En 1973 estaba terminando la filmación de Palomita Blanca, basada en la novela homónima del chileno Enrique Lafourcade, cuando lo sorprendió el golpe de Estado del 11 de septiembre que, al igual que a miles de chilenos, lo lanzó al exilio.
Palomita Blanca fue estrenada finalmente en 1993 en Santiago, gracias a que se rescataron copias de los rollos de filmación abandonados en las bodegas de Chile Film, empresa estatal vendida por la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990).
Tres tristes tigres y Palomita Blanca, además de El tiempo recobrado (1999, Francia), son las tres películas de Ruiz más conocidas por los chilenos, a través de exhibiciones en circuitos comerciales.
Las tres formaron parte de la retrospectiva, junto a Genealogías de un crimen (1996, Francia), Tres vidas y una sola muerte (1996, Francia), Fado mayor y menor (1993, Francia/Portugal) y La comedia de la inocencia (2000, Francia), que fueron ahora estrenos para los chilenos.
El ciclo fue inaugurado el día 22 con la presentación de Tres vidas y una sola muerte, la penúltima película en que trabajó el italiano Marcello Mastroianni, fallecido en 1996 y a quien Ruiz rindió homenaje, definiéndolo como uno de los actores más lúcidos, talentosos y versátiles que ha conocido en su carrera.
El elogio no es menor, si se considera, como lo atestigua la muestra, que ha dirigido a actrices de la talla de las francesas Isabelle Huppert, Catherine Deneuve y Emmanuelle Beart, la española Marisa Paredes y la italiana Anna Galiena, y a actores como el estadounidense John Malkovich, el francés Michel Piccoli y el chileno Nelson Villagra.
Este director chileno, ya con un largo exilio en Francia, mantiene permanentes vínculos con su país.
Viaja periódicamente a Chile, aunque normalmente sus visitas son de bajo perfil, salvo en esta última oportunidad o cuando recibió el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales, que el gobierno de este país le otorgó en septiembre de 1997.
En declaraciones a la revista Wikén contó que está filmando Cofralandes, un extenso documental parcelado en cinco largometrajes, en el que vertirá sus impresiones sobre Chile.
Espero terminarlo antes de que me muera. El contrato dice que debe estar listo para antes de fin de año, señaló.
Al descubrir a Ruiz, los chilenos se encontraron también con una visión del cine como propuesta creativa que impugna tanto a la crítica visceral como a la comercialización desatada del séptimo arte.
Siempre me he movido en dos mundos: el del pensamiento teórico y el de la gran película. Y ahora que comencé la tercera edad, se me están juntando ambos mundos poco a poco, dijo.
Yo lo graficaría como que hay una diástole y una sístole en mi creación. Un movimiento pendular que me obliga a poner en práctica mis desarrollos teóricos. Esto proviene de una dicotomía propuesta por el sociólogo Norbert Elias, explicó Ruiz.
Elias dice que toda obra audiovisual debiera moverse entra la fascinación del espectador y luego alejarlo para que mire la película desde fuera. Sólo entonces será capaz de contarse su propia película. Es decir, quiero lograr que los espectadores vean la película por la que pagaron su entrada y, además, la que se están imaginando, que es otra, añadió.
Por ello, este director rechaza las llamadas cintas mainstrean (de gusto masivo), porque impiden que uno se cuente su propia película, porque todo está ya muy masticado.
Si la posición de Ruiz ante el cine comercial es de conflicto, más aún lo parece ser su relación con algunos críticos cinematográficos.
La crítica se encuentra en un estado de somnolencia y de comodidad, lleno de reflejos condicionados. Por ejemplo, muchos críticos confunden el espíritu crítico con los problemas al hígado, sentenció Ruiz.
De este modo dicen que ciertas imágenes son 'pesadas' o que tales películas resultan 'indigeribles', y cosas así. La crítica norteamericana tiende a minimizar las obras de esta manera, y la verdad es que a mí me carga que me traten como una gastroenteritis, indicó. (FIN/IPS/ggr/dm/cr/02